Hace falta remontarse hasta el primer concierto de violín de Szymanowski para encontrar una obra concertante que aúne modernidad y belleza en dosis tan elevadas como el concierto para violonchelo Tout un monde lointain... del francés Henri Dutilleux. Inspirada en un poema –La chevelure– de Charles Baudelaire, la obra sigue rompiendo dogmas con respecto a la relación –presuntamente enfrentada– entre público y vanguardia desde que hubiera de ser bisada en su estreno en 1970 por parte de Mstislav Rostropóvich.

Sibelius es uno de los primeros –y escasos– grandes compositores de principios del siglo XX en apartar de su música el estallido dramático y la gestualidad altisonante que constituyó el sello de Chaikovski, Bruckner o el mismo Mahler. Impregnado con la lectura de la epopeya nacional finlandesa Kalevala, alumbró en su segunda sinfonía –estrenada en Helsinki en 1902 y saludada como «sinfonía patriótica»– una gama expresiva sobria y contenida, pero capaz de expandirse lentamente con la suavidad –y la irresistible potencia– de las mareas.